Las alegrías pasan pronto; siempre hay un algo amargo, aunque haya momentos dulces. Sobretodo queda la amargura de la «alegría mala» (aquella que se ha buscado siendo mala, y que después deja un regusto de tristeza y una conciencia enfadada).
Hay que saberlo: dentro de la belleza de la vida, esto es un valle de lágrimas… Razón de más para buscar alegrías que duren y que no amarguen.
He aquí el guión de un cuento que explica este concepto…
La viuda y el loro, de Virginia Woolf
A la muerte de su hermano, la señora Gage, una mujer que prefiere pasar privaciones antes que dejar pasar hambre a su perro, recibe una cuantiosa herencia: una casa y 3000 libras. Pero, al ir a la ciudad donde vivía su hermano para cobrarla, los abogados le cuentan que no hay nada de lo dicho excepto un loro un tanto brusco que sólo responde «¡No estoy en casa!». Desanimada, vuelve de noche a la casa en la que se aloja pero se pierde: se orienta de nuevo porque ve un incendio a lo lejos, piensa que debe ser la casa de su hermano en la que había estado hacía poco, y vuelve allí para salvar al loro…