Quede para otras horas
seguir dándote gracias por Tus grandes favores,
esos que en mis recuerdos de Tu benevolencia
son como la jet-set
-los asuntos, ya sabes, de hijos y meningitis,
coches amigos estrellados, dudas
de vida o cáncer, largos
segundos pavorosos en los que mi futuro
quedó literalmente colgado de los dedos
sobre el abismo; en fin,
Todas esas famosas ocasiones
en que Tus manos se movieron casi
rozando en el milagro-.
Aquí quiero un rincón
para que no se quede sin gratitud la masa
de favores menudos, cotidianos,
esos que a las tres horas ya se me han olvidado;
los favores rodríguez o garcía,
que a Ti -supongo- no te cuestan nada
y que me multiplicas con -sigo suponiendo-
la sonrisa del padre
que le arregla a su hijo el timbre de la bici:
sitios para aparcar el coche, arroces
a punto de quemarse, chaparrones
que ojalá terminasen, recibos prematuros,
manchas que no se sabe en la corbata,
que me aparezca una gasolinera
porque hace años que voy con la reserva…
Gracias por todas esas miradas en minúsculas
a tantas tonterías
que, como yo -ya sabes- soy también
pequeño y migueld’ors,
pesaban en mi espalda como fardos de angustia.
(Miguel D’Ors, “Átomos y Galaxias”, p. 79)