«En el día de los bienes, no te olvides de los males; y en el día de los males, no te olvides de los bienes» (Si 11, 25); para que, templando lo próspero de lo uno con lo adverso de lo otro, vivas en una igualdad, que ni estés derribada en el tiempo de la tribulación con el peso de la desconfianza y la tristeza, ni tampoco tengas desvanecida la cabeza con la demasiada alegría, en el tiempo de los consuelos espirituales».