“Uno se muere así, cuando tenía
un cigarro en la mano (que aparece
humeando, después, sobre el asfalto),
cuando había una letra pendiente, un libro abierto,
un cuento a medias (que los niños nunca
sabrán cómo termina);
Uno se muere así, de golpe, abandonando
su ropa en el armario y sus asuntos
y su reloj parado en una hora
-la de la muerte en punto- (o sin pararse
y entonces es más triste todavía
porque lo ves seguir, infiel al amo),
y a lo mejor aún llega alguna carta
con las señas del muerto
y hace llorar de puro no saber…
Después de morir uno, mientras uno
está muriendo, se abre
una ferretería, pintan una fachada
y el muerto ya es ajeno, y todo nos lo aleja.
Las yerbas del olvido
empiezan a crecer sobre su tumba”