Un sacerdote mayor comenzó a dar una meditación leyendo de un libro o de Crónica. Pero pasaron los minutos, y continuó leyendo, y así transcurrió la media hora de la meditación.
Uno de los asistentes cuenta que se llenó de espíritu crítico, juzgando mal y pensando: “¡Qué caradura, así puede predicar cualquiera!” A los pocos días se quedó muy impresionado, porque ese sacerdote murió, y supo que en aquella ocasión le habían pedido que diese la meditación. Estaba muy enfermo y muy mal, pero antes que negarse, optó por darla del único modo que fue capaz.