“El que está sentenciado a muerte, cada vez que oye abrir la cárcel, se entristece, pensando que le quieren ya sacar a ahorcar; pero el inocente y el que es dado por libre, huélgase cada vez que oye abrir la cárcel, pensando que le vienen a echar fuera. Así el malo, cuando oye sonar la cerradura de la muerte, cuando la enfermedad le aprieta, teme y pésale mucho; porque, como tiene llagada la conciencia, cree que es para echarle en la hoguera del infierno para siempre jamás; pero el que tiene buena conciencia, antes se huelga, porque entiende que es para darle libertad y descanso para siempre.”
(P. Alonso Rodríguez, «Ejercicios de perfección y virtudes cristianas»)