«Los fallos en la caridad pueden buscarse de dos maneras: falta de verdadera vida interior y falta de humildad: El hombre verdaderamente humilde no es nunca ni susceptible ni agresivo. La vanidad herida no anima sus obras y su conducta está libre de egoísmos. Su celo carece de amarguras y sus correcciones están marcadas por la benignidad. Al conocer su propia necesidad de Dios y consciente de su posición ínfima a los ojos de Dios, alegre y gozosamente ve y busca a Dios en su prójimo. (El ministerio para él no es un ejercicio de poder, sino de servicio). Pero todo esto sólo es posible donde haya una verdadera vida interior.»