“San Juan dice que la sangre de Jesucristo limpia de todo pecado. Usad los medios indicados: la confesión, la oración, el ayuno, la enmienda, los buenos propósitos y los sacramentos de la gracia. No os paréis a calibrar el grado de vuestra culpa. Que vuestra contrición habitual sea como si os hubierais apartado de Él. Nunca os podréis arrepentir en exceso. Id a Dios todos los días implorándole por los pecados de vuestra vida hasta ese momento. Esa es la manera de mantener inmaculada la vestidura bautismal. Lavadla como laváis la ropa de este mundo, una y otra vez. Lavadla en el agua más santa, más preciosa y más maravillosamente saludable, su Sangre, que no tiene mancha alguna ni defecto. Así la Iglesia de Dios y sus miembros nos llenamos de gracia, de gozo y de gloria interiormente”.
(Card. Newman, Sermones parroquiales V, Encuentro, Sermón 25/3/1838)