Es de bien nacidos el ser agradecidos.
Una madre solía rezar a las noches con una hija pequeña, de unos seis años, tres avemarías, al acostarla. Una noche la madre le dijo:
– Hoy vamos a rezar una avemaría más a la Virgen para que ponga buena a la tía Marta.
Rezaron esa avemaría por la tía Marta, cada noche, durante un par de semanas. Después, la madre no dijo nada y dejaron de rezarla.
A la tercera o cuarta noche sin hacerlo, la niña preguntó:
– Mamá, ¿por qué no rezamos por la tía Marta?.
– Es que la Virgen ya la puso buena – respondió la madre.
– Y si la puso buena – replicó la niña- ¿no deberíamos rezar para darle las gracias?.
Continúa la anécdota con una reflexión
Somos más dados a pedir que a agradecer. Lo de aquellos diez leprosos curados y de los que solo uno vuelve a dar las gracias a Jesús, se repite en nuestra vida a diario. De cada diez veces que pedimos, quizás, no damos gracias ni una. La gratitud del que pide abre la mano del que da: el agradecimiento facilita la generosidad.
¡Y tenemos tanto que agradecer a Dios!.
Agustín Filgueiras