«Sus alusiones a la fe eran siempre veladas; no quería abrumar a nadie con sus creencias: «Lo importante no son los sermones, sino el ejemplo.» Por eso nunca se preocupaba en averiguar si tal o cual fulano era de derechas o de izquierdas, si era creyente o no lo era. Lo único que le impulsaba hacia él era saberlo en desgracia (con o sin culpa) y procurar, como fuera, sacarlo a flote. Luego lo olvidaba. Decía que tan malo era recordar los agravios que nos habían hecho, como evocar los favores que hacíamos a los demás: «Ambas situaciones conducen a la soberbia».»