“Dijo el inspector:
¡Muy bien! ¿Y qué se hace, queridos niños, durante las tormentas?
Nosotros contestamos:
- Evitar los árboles y los campanarios, los edificios altos o aislados y los utensilios metálicos como la hoz y la guadaña, etcétera.
Porque también nos lo sabíamos de corrido.
- ¿Nada más? – preguntó el señor inspector.
Pero, como no sabíamos que se tuviese que hacer nada más, nos callamos: y no se oía ni el vuelo de una mosca. El inspector dio otro par de vueltas de arriba abajo y de abajo arriba, de la ventana al encerado y del encerado a la ventana, sacando y metiendo todo el tiempo las manos en los bolsillos, que era, como digo, cuando más le relucía el anillo, y luego se paró en medio y, mirando a toda la clase, dijo:
- ¿Y no os han dicho, queridos niños, que se debe rezar el Trisagio a la Santísima Trinidad? ¿Quién es la Santísima Trinidad?
Y nosotros respondimos:
- Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas distintas y un solo Dios verdadero.
- ¡Muy bien! ¿Y qué es el Trisagio?
Pero como no sabíamos lo que era el Trisagio, todos nos quedamos callados como muertos. Y entonces el señor inspector se volvió hacia don Celes, que no nos habíamos dado cuenta de que estaba allí en un rincón de la plataforma, junto a la ventana, sentado en una banqueta, desde que al principio el inspector se había sentado en el sillón, y le preguntó:
- ¿Pero es que no les ha enseñado usted a sus alumnos lo que es el Trisagio?
Don Celes se puso colorado, como cuando nosotros no sabíamos la lección, y venga a retorcerse las manos; pero no dijo nada: Así que el señor inspector nos enseñó el Trisagio:
Santo, santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos que creíamos que era otra cosa, pero dijo que es lo que había que rezar durante las tormentas, ante una imagen sagrada, encendiendo la vela que se había llevado al Monumento el día de Jueves Santo.
- Eso es lo que hay que hacer, como pueblo católico que somos –añadió el inspector con una voz absoluta.
- Sí señor –dijo don Celes.
Y luego dijimos todos:
- Sí señor.
De modo y manera que, en adelante, dijo el inspector a don Celes que nos enseñase el Trisagio y todas las demás costumbres católicas y españolas.
- Porque nosotros somos católicos, ¿no? –nos preguntó.
Y dijo don Celes el primero:
- Sí, señor.
Y también lo dijimos todos”.
(José Jiménez Lozano, “Los grandes relatos”, p. 61. Relata la visita de un inspector a una Escuela nacional, en los años de la postguerra)