El 4 de febrero de 1861, salió Don Bosco para el Seminario de Bérgamo a predicar.
Al día siguiente escribió al Prefecto de disciplina de su Oratorio en Turín: “Vi anoche desde aquí que el diablo hizo ayer males entre los muchachos de allá. Y temo que mañana lo vuelva a hacer otra vez”.
Al constatar después que sí había sido así, el Padre Bonetti y el Padre Ruffini exclamaron: “Ahora sí nos convencemos de que Don Bosco ve las cosas desde muy lejanas tierras”.
A la noche siguiente en la cena les dijo a los superiores y seminaristas de Bérgamo: “Hoy he visto desde aquí que dos de mis alumnos me estaban escribiendo cada uno una pequeña carta y me la enviaban”.
¿Y cómo lo sabe? – le preguntaron aquellos amigos.
– Pues mañana verán que sí fue así.
Y al día siguiente estando almorzando llegó el portero con el correo. Eran dos pequeñas cartas que le habían escrito sus dos alumnos.
Y esa misma noche leía el P. Alassonati a los alumnos de Turín lo malo que Don Bosco había visto en sueños que había sucedido allí en el Oratorio. Los culpables se quedaron aterrados al ver que todo se había sabido desde tan lejos.