“La resignación es, cuando se la vacía de sentido sobrenatural, la prudencia de quien no confía en Dios como en un padre al que se ruega, sino que curva la espalda bajo un destino ciego. Su inspiración podrá ser epicúrea o estoica; pero siempre supondrá un mundo cerrado a una providencia amorosa de Dios, un alma cerrada a la esperanza. Este carácter aparece de manera viva cuando se compara esta resignación con el abandono. (…) Uno «se resigna» a un mal inevitable, mientras que es a alguien, y a alguien a quien se ama, a quien uno «se abandona».”
(Pie Regamey, “La cruz del cristiano”)