“Cuantas veces digamos sinceramente al Señor: «Señor, quiero lo que Tú quieras», quedará abierto el camino para la alegría de Dios. Y cuando hayamos llegado a tal punto que siempre pensemos así, cuando nuestro más íntimo querer se vuelva sincera y constantemente a Dios, seremos alegres pase lo que pase fuera. Ciertamente, este volverse a Dios ya ha de tener en sí mismo algo emparentado con la alegría: no puede ser forzado, temeroso o desconfiado. Ha de ser libre y animoso. Llenos de alegre confianza tenemos que decir: «Dios fuerte, lo que Tú quieras lo quiero yo también». Así que de lo que se trata es de bregar hasta llegar a identificamos por completo con la voluntad de Dios”.