“El Espíritu Santo pone esta diferencia entre el hombre necio y el hombre sabio y santo: “El justo permanece en su sabiduría, sin mudarse, como el sol; mas el necio se muda como la luna” (Eccli, 27,12).
El necio múdase como la luna, hoy creciente y mañana menguante; hoy le veréis alegre, mañana triste; ahora de un temple, luego de otro; porque tiene puesto su amor y contento en las cosas del mundo, mudables y perecederas, y así anda al son de ellas, y múdase conforme al suceso de ellas: anda con la luna como la mar, es lunático.
Pero el justo y santo permanece como el sol, siempre de la misma manera y en un mismo ser, no hay en él creciente ni menguante, siempre anda alegre y contento en Dios y en el cumplimiento de su santísima voluntad, que no puede faltar, ni nadie se le puede quitar.”
(P. Alonso Rodríguez, “Ejercicio de perfección y virtudes cristianas”)