“San Francisco de Sales que se crió en el epicentro del calvinismo, tropezó como estudiante con la doctrina calvinista de la predestinación, según la cual Dios tiene decidido desde la eternidad quiénes se salvarán y quiénes se condenarán. Esta doctrina le hirió profundamente el corazón. Y fue tan honda la herida que sólo pudo liberarse de su angustia cuando llegó al convencimiento de ser uno de los que estaban destinados al infierno. Cuando se hallaba sumido en este negro abismo de un Dios ante el que no hay escapatoria, la única salida que pudo hallar para sí mismo fue decir: “Bien, si es que Dios ha decidido condenarme, que lo haga. No voy a preocuparme por ello, y le amaré a pesar de todo” Así recuperó la libertad. Había cesado de mirarse tomándose como centro, y puso en Dios la decisión de lo que hubiese de ser en él. Pudo mirar hacia delante con ese ánimo confiado en el que consiste la fe auténtica, que vence los temores y depara libertad.”