Karol Wojtyla publicó en 1960 un tratado de Ética sexual titulado «Amor y responsabilidad» que ha reeditado Palabra. Reproducimos algunos párrafos (pp 330-331):
La ética sexual conyugal ha de examinar cuidadosamente ciertos hechos bien conocidos por la sexología médica. Hemos definido el amor como una tendencia hacia el bien verdadero de otra persona y, por lo tanto, como una antítesis del egoísmo. y ya que en el matrimonio el hombre y la mujer se unen igualmente en el dominio de las relaciones sexuales, es necesario que también en este terreno busquen ese bien.
Desde el punto de vista del amor de la persona y el altruismo, ha de exigirse que en el acto sexual el hombre no sea el único que llega al punto culminante de la excitación sexual, que este se produzca con la paticipación de la mujer, no a sus expensas.
Los sexólogos constatan que la curva de excitación de la mujer es diferente de la del hombre: sube y baja con mayor lentitud. El hombre ha de tener en cuenta esta diferencia de reacciones, pero no por razones hedonistas, sino altruistas. Existe en este terreno un ritmo dictado por la naturaleza que los cónyuges han de encontrar para llegar conjuntamente al punto culminante de excitación sexual. La felicidad subjetiva que experimentarán entonces tendrá los rasgos del «frui», es decir, de la alegría que da la concordancia de la acción con el orden objetivo de la naturaleza. Por el contrario, el egoísmo -en el caso se trataría más bien del egoísmo del hombre- es inseparable del «uti», de esa utilización en que una persona busca su propio placer en detrimento de la otra. Con todo, está claro que las recomendaciones de la sexología no pueden ser aplicadas prescindiendo de la ética.
No aplicarlas en las relaciones conyugales es contrario al bien del cónyuge, así como a la estabilidad y la unidad del matrimonio mismo. Debe tenerse en cuenta el hecho de que, en estas relaciones, la mujer experimenta una dificultad natural para adaptarse al hombre, debida a la divergencia de sus ritmos físico y psíquico. Por consiguiente, es necesaria una armonización, que no puede darse sin un esfuerzo de voluntad, sobre todo de parte del hombre y, siempre por parte del hombre, sin luna atenta observación de la mujer.
Cuando la mujer no encuentra en las relaciones sexuales la satisfacción natural ligada al punto culminante de la excitación sexual (orgasmus), es de temer que no sienta plenamente el acto conyugal, que no comprometa en él la totalidad de su personalidad, lo cual la hace particularmente expuesta a las neurosis y es causa de «frigidez sexual», es decir, la incapacidad de excitarse, sobre todo en la fase culminante. Esta frigidez es consecuencia, en ocasiones, de un complejo o de una falta de entrega total de la que ella misma es responsable. Pero, a veces, se trata del resultado del egoísmo del hombre, que, al no buscar más que su propia satisfacción, frecuentemente de manera brutal, no sabe o no quiere comprender los deseos subjetivos de la mujer ni las leyes objetivas del proceso sexual que en ella se desarrolla. La mujer empieza entonces a rehuir las relaciones sexuales y siente una repugnancia, que es tanto o quizá más difícil de dominar que el impulso sexual.