“El general Eisenhower había sido general de los ejércitos norteamericanos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Cruzaba un día un campo de instrucción de reclutas. No llevaba ninguna insignia. Al parecer, tenía costumbre de ir así. Un recluta iba en dirección contraria. Eisenhower le llamó y le dijo:
– ¡Eh muchacho! ¿Me das fuego?
El recluta no le conoció, le dio fuego y se alejó. En seguida alguien le dijo:
– ¡Es el general!
El recluta retrocedió, se cuadró ante Eisenhower y le presentó sus excusas. Y el general, muy cordialmente, contestó:
– No tiene importancia. Es culpa mía por no llevar insignias. Pero ten cuidado que no te ocurra lo mismo con un sargento.”
Cuanto más grandeza hay en una persona, más sencilla y humilde suele ser.
(Agustín Filgueiras Pita, “Orar con.. Un pan para cada día”)