“La postura de arrodillarse no debe desaparecer de ningún modo de la Iglesia. Es la representación corporal más conmovedora de la piedad cristiana, en la que, por una parte, miramos alzando la vista hacia Él, y por otra, permanecemos inclinados.
La persona nunca es tan grande -dijo Juan XXIII- como cuando se arrodilla.
Por eso creo que esta postura, que es una de las formas primitivas de oración del Antiguo Testamento, es irrenunciable para los cristianos”.