Patrona Latinoamericana. 1586-1617. El Papa Clemente X, en la Bula de canonización de Santa Rosa, decía: «A la ciudad de los Reyes, como se suele llamar a Lima, no le podía faltar su estrella propia que guiara hacia Cristo, Señor y Rey de Reyes».
1. Incomodidades de las modas
Una inesperada ayuda del cielo librará a la pequeña Rosa de las vanas costumbres de su tiempo.
La moda, que tanto hace sentir su influjo entre los adolescentes, no siempre resulta un motivo de incomodidad. Pero las cosas no suceden siempre de la misma manera. En una ocasión, se había establecido la modalidad de usar unos guantes especiales. Ellos tenían como fin hacer más hermosas y suaves las manos de las chicas. La costumbre se extendió rápidamente por la ciudad hasta que incluso llegó a la casa de Rosa. Su madre, quien quedó fascinada por esta nueva costumbre, no tardó mucho en comprar uno de esos costosos guantes, los cuales, según las muy extrañas peculiaridades de la época, debían ponerse durante la noche para aumentar la blandura de las manos. Al principio, la pequeña Rosa se negó a utilizar este artificio, sin embargo, su madre obstinadamente insistió hasta que la niña no tuvo más remedio que obedecer a su pedido.
2. Su modo de combatir la vanidad
Al llegar la noche, Rosa se puso los guantes, pero en lugar de percibir su suavidad y blandura, experimentó una fuerte quemazón que, hasta el momento, ninguna de las jovencitas de la ciudad había llegado a sentir. Rosa, que sentía arder sus manos, se quitó los guantes con rapidez y grande fue su asombro al ver que realmente despedían llamas y que sus dedos estaban cubiertos de ampollas. Al día siguiente contó a su madre lo que le había sucedido y le mostró sus manos llagadas. La buena mujer tembló de miedo y se propuso no mortificarla más con sus vanas exigencias.
Todos quedaron asombrados ante el extraño acontecimiento y al no encontrarle una explicación lógica, no dudaron en pensar que en realidad se trataba de una oportuna ayudita que había venido del cielo para terminar con el problema de la pequeña Rosa.
En cierta ocasión, su madre le coronó con una guirnalda de flores para lucirla ante algunas visitas y Rosa se clavó una de las horquillas de la guirnalda en la cabeza, con la intención de hacer penitencia por aquella vanidad, de suerte que tuvo después bastante dificultad en quitársela. Como las gentes alababan frecuentemente su belleza, Rosa solía restregarse la piel con pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para nadie.
3. Su lucha contra el amor propio
El peor y más difícil enemigo. “Todas las privaciones y mortificaciones son medios para librarnos de los malos apegos»
Una dama le hizo un día ciertos cumplimientos acerca de la suavidad de la piel de sus manos y de la finura de sus dedos; inmediatamente la santa se talló las manos con barro, a consecuencia de lo cual no pudo vestirse por sí misma en un mes. Estas y otras austeridades aún más sorprendentes la prepararon a la lucha contra los peligros exteriores y contra sus propios sentidos. Pero Rosa sabía muy bien que todo ello sería inútil si no desterraba de su corazón todo amor propio, cuya fuente es el orgullo, pues esa pasión es capaz de esconderse aun en la oración y el ayuno. Así pues, se dedicó a atacar el amor propio mediante la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad propia.
Aunque era capaz de oponerse a sus padres por una causa justa, jamás los desobedeció ni se apartó de la mas escrupulosa obediencia y paciencia en las dificultades y contradicciones.