“La actitud ante Dios”
Impresiona el influjo que puede tener en la vida del ser humano una anécdota de su infancia. Paul Sartre cuenta un suceso infantil que marcó su vida y su manera de pensar:
“Un día entregué al maestro una composición sobre la “Pasión”. Había encantado a toda la familia, y mi madre la había copiado de su puño y letra. Solo obtuvo la medalla de plata. Esta decepción me hundió en la impiedad… Aún mantuve, durante varios años, relaciones públicas con el Todopoderoso, pero en privado dejé de visitarle…
Sólo una vez tuve el sentimiento de que existía. Había jugado con unos fósforos y quemado una alfombrilla. Estaba tratando de arreglar el destrozo, cuando, de pronto, Dios me vio. Sentí su mirada en el interior de mi cabeza, en mis manos. Estuvo dando vueltas por el cuarto de baño, horriblemente visible, como un blanco vivo. Me salvó la indignación. Me puse furioso contra tan grosera indiscreción; blasfemé, murmuré como mi abuelo: “Maldito Dios, maldito Dios, maldito Dios”. No me volvió a mirar nunca más “ (“Les mots”, 1963).
Un comentario sigue a esta anécdota de Sartre…
El ateísmo nunca es punto de llegada. No es una conclusión a la que se arriba a base de profundo estudio.
Es más bien, un punto de partida: se parte de una posición atea. Y sobre esa posición se edifica la vida y la manera de pensar.
Y esa actitud ante Dios se forja, la mayor parte de las veces, en la infancia.
Los que damos una idea, una imagen, de Dios a los niños – padres, profesores, sacerdotes- tenemos una tremenda responsabilidad.
Agustín Filgueiras Pita. Sacerdote