A veces escondemos furtivamente nuestros pecados en la zona más honda del alma como si se trataran de un tumor maligno, pensando ocultarlo a la aguda vista de Dios igual que conseguimos ocultarlos a los ojos de los hombres.
Otras alegamos excusas para nuestros pecados o bien cerramos los oídos sin dejarnos curar con las medicinas de la sabiduría que son remedio de la enfermedad del alma.
Algunos, más audaces, parecen no mostrar vergüenza por sus pecados ni atención a quienes cuidan de su salud y, a pecho descubierto, se entregan a toda suerte de iniquidades.