«Mediante la fidelidad a la oración, encontramos en nosotros un espacio de pureza, de paz, de libertad, la presencia de Dios más íntima a nosotros que nosotros mismos. El centro del alma es Dios, dice Juan de la Cruz. Aprendemos poco a poco a vivir a partir de ese centro, y ya no a partir de nuestra periferia psíquica herida: miedos, amarguras, agresividades, concupiscencias…
La interiorización que es fruto de la oración es mucho más que un asunto de simple recogimiento, es descubrir y unirnos a una Presencia íntima que se convierte en nuestra vida y en la fuente de todos nuestros pensamientos y acciones”.