Querido Hijo,
La oscuridad de tu ausencia envuelve mi corazón, pero en ella encuentro un destello de esperanza. Tu partida ha dejado un vacío inmenso, pero en mi alma persiste la certeza de que tu amor trasciende el tiempo y el dolor.
El peso de tu sacrificio, la agonía de verte partir, son cargas que llevo con amor y profunda reverencia. Pero en este momento de despedida, mi fe se aferra a la promesa de tu resurrección, a la certeza de que tu amor y tu luz prevalecerán sobre la muerte.
Aunque el dolor de tu partida es agudo, sé en lo más profundo de mi ser que este no es el final. Tu presencia eterna vive en cada alma que tocaste, en cada vida que cambiaste con tu amor y tus enseñanzas.
Espero con anhelo el día en que tu resurrección traiga consigo la renovación de la esperanza y la alegría. Tu promesa de vida eterna es mi refugio en estos tiempos de dolor y despedida.
Tu partida deja un hueco imposible de llenar, pero tu resurrección será la fuente de una nueva vida, una nueva esperanza y una nueva luz que guiará a aquellos que te aman.
En esta espera paciente, mantengo viva la llama de la fe, confiando en que tu resurrección será el testimonio más grande de amor y redención.
Con amor eterno y una fe inquebrantable en tu promesa de resurrección,
María.