“Cierto día de 1955, en Roma, dos mujeres de la Obra van a visitar al prelado D. Pedro Altabella quien, ponderando el valor y el alcance que ha de llegar a tener el Opus Dei en la Iglesia universal, les dice, con el énfasis de un vaticinio:
-Os aseguro que llegará un día en que el nombre de Josemaría Escrivá de Balaguer sonará hasta en el último rincón de la tierra.
De vuelta a Villa Tevere, se lo cuentas al Padre. Escrivá las escucha en silencio. Después, y desde esa fibra del “realismo humilde”, hace este comentario:
-Es verdad. No se equivoca D. Pedro. Así será… Por eso, todos los días, postrado en tierra y con la frente en el suelo, rezo el salmo Miserere”.