“[Cristo], no luchó para ser oído, no gritó, no levantó su voz por las calles. Igual sucede ahora. Todavía está aquí; y nos habla, aunque en susurros y nos sigue haciendo signos. Pero su voz es tan baja y el estruendo del mundo tan alto, sus señales tan encubiertas y tan inquieto el mundo, que resulta difícil determinar cuándo se dirige a nosotros y qué es lo que dice”.