A los 89 años, Buzz Aldrin, con su pelo y barba gris plata lucen en perfecta armonía con el tono de la superficie de la Luna. Por la que en 1969 caminó; fue y vino; saltó y, por qué no, jugó como un niño. Buzz Aldrin se siente feliz y agradece estar vivo hoy, para celebrar el 50° aniversario del alunizaje.
“Cuando llegamos a la Luna, antes de prepararnos para descender de la nave, quise tomar la Comunión”, me recuerda cuando tengo la oportunidad de entrevistarlo en su país, los Estados Unidos.
“Quería agradecer por lo que estábamos viviendo, por el logro de la humanidad, como especie. Porque aunque teníamos tantos problemas en nuestro mundo, llegábamos a la Luna y lo hacíamos como una señal de esperanza, de fe”. Así lo asegura el ser humano al que la Nasa (sigla en inglés de Administración Nacional de Aeronáutica y Espacio) le permitió llevar un pequeño cáliz, una hostia y algunos centímetros cúbicos de vino, aunque no lo difundieran para evitar más conflictos después de que la transmisión de la lectura del Génesis por parte de la tripulación del Apolo 8 –en órbita lunar, durante las misiones previas– había generado polémica.
“Hoy es bueno que se sepa que el primer alimento y la primera bebida que se consumió en la Luna fueron el pan y el vino de la Santa Cena”, destaca como creyente.