El 5 de abril tuve un sueño que me fatigó mucho, de manera que al amanecer me sentía tan cansado como si hubiera trabajado toda la noche, y estaba intranquilo e inquieto.
Soñé que me había muerto y que me presentaba ante el juicio de Dios para darle cuenta de mis palabras, acciones y pensamientos. Luego soñé que llegaba al paraíso y que me encontraba muy feliz allá. Al despertarme se me fue la ilusión de estar gozando ya en el paraíso pero me vino el consuelo de no tener que presentarme todavía a dar cuentas ante el Tribunal de Dios y de tener tiempo para prepararme mejor a una santa muerte. Mi propósito fue hacer en adelante todo lo posible por salvar mi alma y conseguir el Paraíso Eterno.
Estas cosas puede ser que no tengan importancia para los que las oyen, pero para mí sí fueron de mucha importancia porque me hicieron pensar seriamente en lo que me espera al final de la vida.
El Libro Santo recomienda: “Piensa en lo que te espera al final de la vida, y así evitarás muchos pecados” (Ecles. 7,40).