Una tierra… una familia
«Existía una vez y sigue existiendo todavía, con una imagen nueva, un pueblo llamado Pozzaglia, en las colinas de Sabina… y había una casa bendecida, nido lleno de voces infantiles, entre las cuales la de Oliva, llamada más tarde Livia, y quien se llamará en la Vida Religiosa hermana Agustina… «.
La vida muy breve de la hermana Agustina, empieza y se desarrolla así: «simple, límpida, pura, amante… pero al final… dolorosa y trágica… o mejor… simbólica». Vida que inspiró a Pablo VI, el Papa que la Beatificó, palabras de extraodinaria poesía, para narrar el transcurso de su vida.
27 de marzo de 1864. Es en el pequeño pueblo de Pozzaglia a 800 metros de altitud en la linda zona geográfica que se extiende entre Rieti, Orvinio, Tivoli donde nace y es bautizada Livia; ¡la segunda de once hermanos! Sus padres, Francisco Pietrantoni y Catalina Costantini, pequeños agricultores trabajan sus tierras y otras alquiladas. La infancia y la juventud de Livia respiran los valores de la famiglia honesta, trabajadora, religiosa y en la casa bendecida «todos estaban pendientes de hacer el bien y de rezar a menudo…». Este período está marcado todo por la sabiduría del abuelo Domingo un verdadero ícono patriarcal.
A los 4 años, Livia recibe el sacramento de la Confirmación y alrededor de 1876 hace su Primera Comunión, con un conocimiento ciertamente extraordinario si la juzgamos por lo que fue su posterior vida de oración, generosidad y donación. Muy pronto, en la gran famiglia, donde todos parecían tener derecho a su tiempo y a su ayuda, aprende de su mamá Catalina las atenciones y los gestos maternales que emplea con dulzura a la vista de sus numerosos pequeños hermanos. Trabaja en los campos y cuida los animales, no conoce ni los juegos ni el colegio, al que ella va de una forma muy irregular, pero del que consigue obtener un provecho extraordinario, hasta el punto de merecer de sus compañeras el título de «profesora».
Trabajo… orgullo
A los 7 años y con otros niños empieza a trabajar, transportando miles de baldes de piedra y arena para la construcción de la ruta que va de Orvinio a Poggio Moiano. A los doce años, se va con otras jóvenes jornaleras que se dirigen a Tivoli, durante los meses del invierno para la recolección de aceitunas. Precozmente sabia. Livia asume la responsabilidad moral y religiosa de sus jóvenes compañeras, las sostiene en ese rudo trabajo, lejos de la familia y se enfrenta con fuerza y coraje a los «jefes» arrogantes y sin escrúpulos.
Vocación y desprendimiento
Livia es una joven agradable por su sabiduría, su sentido de ayuda al prójimo, su generosidad, su belleza… y varios jóvenes en el pueblo tienen puestos los ojos en ella. Sus miradas de admiración no pasan desapercibidas a su mamá Catalina que sueña con un buen partido para su hija. Pero, ¿qué piensa Livia? ¿Qué secreto guarda? ¿Por qué no elije? ¿ Por qué no se decide? «Livia… extremadamente audaz por la voz que le habla interiormente, la voz de su vocación, cede: Cristo será su amor, Cristo, su Esposo». Su búsqueda se orienta hacia una vida de sacrificio; a quién, en su familia o en el pueblo, quiere hacerla cambiar de opinión, definiéndola como un escape de la fatiga, Livia responde «quiero elegir una Congregación donde haya trabajo para el día y la noche» y todos están seguros de la autenticidad de estas palabras. En un primer viaje a Roma, acompañada por su tío Fray Mateo, vive una desilusión dolorosa: han rechazado acogerla.
Algunos meses después, por tanto, la Superiora General de las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret, Madre Josefina Boquien, le hace saber que la espera en la Casa General, calle Santa María in Cosmedin. Livia comprende que esta vez el adiós es definitivo. Con emoción, se despide de todos los habitantes del pueblo, de todos los rincones de su pueblo, sus lugares de oración: la Parroquia, la Virgen de la Rifolta; abraza a sus familiares, recibe de rodillas la benedición del abuelo Domingo, «besa la puerta de su casa, hace el signo de la Cruz y se va corriendo».
Formación y servicio
23 marzo de 1886. Livia tenía 22 años, cuando se fue a Roma, vía S. Maria in Cosmedin. Algunos meses de postulantado y de noviciado son sufficientes para mostrar que la joven tiene la pasta de una hermana de la Caridad, es decir de una «sierva de los pobres» según la tradición de S. Vicente de Paúl y de Santa Juana Antida. Livia, in efecto, lleva al convento un potencial humano heredado de su familia particularmente sólido y que ofrece garantía. En ella la mujer y la religiosa están en perfecta armonía. Cuando toma el hábito religioso y se le da el nombre de hermana Agustina tiene el presentimiento que será ella quien encarne una santa con ese nombre: efectivamente no conoce ninguna santa Agustina.
Enviada al hospital Espíritu Santo, que tiene 700 años de gloriosa historia y definido como «el gimnasio de la caridad cristiana», tras las huellas de los santos que la han precedido, entre los cuales se encuentran Carlos Borromeo, José de Calasanz, Juán Bosco, Camilo de Lelis… la hermana Agustina aporta su contribución personal y en este lugar de sufrimiento expresa su caridad hasta el heroísmo.
Silencio, oración y bondad
El ambiente del hospital es hostil a la religión. La cuestión romana envenena los espíritus; los Padres Capuchinos son expulsados, se prohíbe el crucifijo y cualquier otro signo religioso. Quisieran también alejar a las Hermanas, pero tienen miedo de la reacción de la gente: les hacen la vida «imposible» y se les prohibe hablar de Dios; pero la hermana Agustina no tiene necesidad de su boca para «proclamar a Dios» y ninguna mordaza puede impedirle anunciar el Evangelio. Primero en el cuidado de los niños, y después de haberse contagiado mortalmente, de lo cual se recupera milagrosamente, en el cuidado de los tuberculosos, servicio de desesperación y de muerte, expresa siempre una devoción total y una atención extraordinaria a cada enfermo, sobre todo a los más difíciles, violentos y obscenos, como «Romanelli».
En secreto, en el pequeño rincón oculto donde ha encontrado un sitio para que la Virgen María siga en el hospital, ella le confía a sus enfermos y le promete vigilias más numerosas, sacrificios más grandes, para obtener la gracia de la conversión de los más obstinados. ¿Cuántas veces le ha presentado a José Romanelli? Es el peor de todos, el más vulgar y el más insolente sobre todo con la hermana Agustina, quien multiplica las atenciones con él y que con gran bondad, acoge a su madre ciega cuando viene a visitarlo. De él se puede esperar cualquier cosa, todos están hartos.
Cuando después de su enésima bravuconería hacia las mujeres en la lavandería, el Director lo expulsa del hospital, su rabia busca una víctima y la pobre Agustina es la elegida. «¡Te mataré con mis propias manos!», «¡Hermana Agustina, no tienes más de un mes de vida!», son las amenazas que le hace llegar varias veces por medio de cartas.
Romanelli no bromea, en efecto, y la hermana Agustina tampoco, no pone límites a su generosidad por el Señor… Está dispuesta a pagar con su propia vida el precio del amor, sin escapar, sin acusar. Cuando Romanelli la sorprende y la golpea cruelmente sin que ella pueda escapar, el 13 de noviembre de 1894, de sus labios no salen más que las invocaciones a la Virgen y las palabras de perdón.