Entre Alejandro Magno y su médico Filipo había una gran amistad, que arrancaba ya desde la niñez. En unas jornadas victoriosas, en las cuales pensaba derrotar completamente a su enemigo Darío, Alejandro cayó enfermo, al parecer, por haberse bañado durante una marcha agotadora en una laguna helada.
Vino a perturbar más el ánimo del rey, apenado ya por no poder luchar, una carta de uno de sus más fieles generales. Le decía que no se fiase de su médico Filipo, que se había vendido al enemigo y proyectaba envenenarle. El rey juzgó que su médico, amigo desde la infancia, no podía traicionarle. Con una mano tomó la bebida que le traía, al tiempo que, con la otra mano, le alargaba la nota de la denuncia.
Mientras Filipo, aterrado, leía aquella acusación, Alejandro degustaba el brebaje que la había preparado. Cuando lo acabó, le dijo: – «Prefiero morir a desconfiar de mis amigos».
Después de esta anécdota histórica de amistad, leamos un breve comentario…
La desconfianza mata la amistad. Por eso el que no sabe o no quiere confiar en los demás está incapacitado para la amistad: para ser amigo y para tener amigos. No se puede ir por la vida desconfiando de todo el mundo. «Ante todo debéis guardaros de las sospechas, porque ese es el veneno de la amistad» (San Agustín).
Agustín Filgueiras