No era un día cualquiera. Nuestro protagonista, un reputado profesor de la universidad sueca de Umea que ha preferido permanecer en el anonimato, acababa de pasar por el quirófano para ser tratado de una dolencia menor. Hastiado de las interminables horas en el hospital, el profesor volvió por fin a su apartamento con el alta en la mano, pero antes quiso pasar por la lavandería, y para no perder un solo minuto, dejó su maletín, con el portátil en su interior, colgado de la manilla de su puerta. “Serán sólo unos minutos”, pensó. Sin embargo, el escaso lapso de tiempo que transcurrió hasta volver a su apartamento fue suficiente para que un amigo de lo ajeno se hiciera con su preciado maletín.
Desesperado, acudió a la policía a denunciar la desaparición y procedió a cancelar todas las tarjetas de crédito. Pero la jornada iba a resultar atípica en todos los terrenos para nuestro anónimo protagonista: al volver al apartamento, descubrió que el maletín estaba en el mismo lugar donde lo había dejado. Eso sí, el ladrón de guante blanco le había afanado el portátil, precisamente, el objeto de más valor para el profesor. “Ese portátil era mi vida: contenía todo el trabajo, citas y reuniones de diez años”, declaró, y para mayor desgracia, “no disponía de ninguna copia de seguridad” del material robado. La alegría inicial pronto se tornó de nuevo en desesperación y frustración.
Sin embargo, el profesor pronto descubrió que el destino no le había cruzado con un ladrón cualquiera. Apenas transcurrió una semana desde el fatal robo, cuando nuestro protagonista recibe en su despacho un sobre sin remitente con un pendrive en su interior. Ardiendo en curiosidad, corrió a inspeccionar su contenido. Para su sorpresa, el mangante era en realidad un tipo considerado, y había copiado todo el contenido del disco duro del ordenador en el pendrive, tarea en la que habría invertido no pocas horas. Esta consideración alegró el día al profesor, quien atisbó un cambio en la sociedad: “Soy muy feliz, hay un halo de esperanza para la humanidad”, afirmó. También encontró un resquicio para el humor en este asunto, ya que, además del portátil, el ladrón no devolvió el carnet de la biblioteca universitaria. “Tal vez quiera aprender o enriquecerse como persona”, afirmó.
Extraído de aquí.