Soñé que estaba en el patio rodeado de mis alumnos y que cada uno tenía en la mano una flor. Unos tenían una rosa, otros una azucena; algunos tenían una violeta, y muchos una rosa y un lirio juntamente. De pronto apareció un gatazo con cuernos, grande como un perro, de ojos encendidos como llama, y cuyas uñas eran gruesas como grandes clavos, y su vientre era descomunalmente abultado.
La horrible bestia se acercaba traicioneramente a los jóvenes y dando vueltas alrededor de ellos iba de uno en un uno dando zarpazos a la flor que cada uno tenía y lanzándola al suelo. Yo, ante tamaña bestia sentí un gran miedo y me llamaba la atención que los jóvenes a quienes les robaba sus flores y las lanzaba al suelo se quedaban sin inmutarse ni afanarse.
Cuando me di cuenta de que el gatazo se dirigía hacia mi para robarme también mis flores, quise salir corriendo pero una voz me dijo: – No huya. Dígales a los muchachos que levanten la mano y el brazo y así el gato no logrará arrebatarles sus flores.
Me detuve y levanté el brazo. El gatazo hacia inmensos esfuerzo por arrebatarme las flores que yo tenía en la mano, pero como él era tan pesado y barrigón, caía torpemente a tierra.
Y me fue dicho que la azucena o lirio que llevamos en la mano es la santa virtud de la pureza o castidad, a la cual el diablo le hace guerra continuamente. Que los que levantan la mano son los que rezan, se confiesan, asisten a misa y comulgan. Y que los que no levantan la mano y se dejan robar sus flores son los que comen y beben de gula y se pasan tiempos sin hacer nada, sin dedicarse seriamente al estudio y a los trabajos que tienen que hacer. Que se quedan sin levantar la mano y son robados por el diablo los que se dedican a las malas conversaciones o a leer libros malos o revistas impuras, y los que no hacen mortificaciones ni sacrificios, y no evitan las ocasiones de pecar.
Jesús decía: “Ciertos malos espíritus no se alejan sino con la oración y el sacrificio”.
Les recomiendo a todos que levanten su brazo rezando con devoción cada mañana y cada noche; confesándose frecuentemente y comulgando con fervor, haciendo cada día una visita a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento en el Templo, rezando el Santo Rosario y dedicándose con esmero al estudio y a hacer cada uno lo que tiene que hacer. Esto hará que la santa virtud de la castidad y de la pureza se logre conservar, por más ataques que el diablo emprenda contra ella.