Un hombre con bigote y abrigo oscuro está de pie en el pasillo del hospital. Las luces están apagadas, pero puede ver lo suficientemente bien como para saber que está solo. Entra en la habitación al final del pasillo y encuentra a una anciana acostada boca arriba en una cama.
El hombre se acerca a la cama. Él puede olerla ahora, como cobre y hierro mezclados en su boca, empalagoso y pesado. La boca de la mujer está abierta, como si estuviera gritando en silencio. Hay manchas de sangre en su blusa y almohada.
Él mira su rostro de nuevo, ve que no es solo sangre la que mancha su ropa, sino también lágrimas que corren desde debajo de los párpados pesados hacia las mejillas pálidas, donde quedan atrapadas por mechones de cabello plateado.
El asesino se levanta rápidamente de su posición en cuclillas y se aleja de la mesita de noche con la llama de una vela parpadeante. Sale de la habitación tan silenciosamente como entró.