En 1863 los Hermanos de las Escuelas Cristianas abren una escuela en Cuenca (Ecuador). Entre los primeros alumnos figura Francisco Febres Cordero, nacido el 7 de noviembre de 1854. La educación cristiana comenzada en la familia recibe en la escuela nuevo impulso y desarrollo, gracias sobre todo a la lección de catecismo y al ejemplo de los educadores, y así vemos cómo la estrella de la vocación lasaliana no tarda en despuntar en el espíritu abierto del joven ecuatoriano. La oposición que encuentra por parte de sus padres, que quisieran encaminarlo hacia el sacerdocio, no le desalienta. Francisco, que desde sus más tiernos años acostumbra confiar a la Virgen todas sus cuitas, encuentra en Ella la fuerza para seguir adelante en su propósito. Finalmente, el 24 de marzo de 1868, obtiene de su madre la autorización para ingresar en el noviciado de los Hermanos: es la víspera de la fiesta de la Anunciación. Al revestir el hábito lasaliano, Francisco recibe el nombre de Hermano Miguel.
Con ello no cesa sin embargo la lucha por la fidelidad a su vocación. El padre de Francisco, aun habiendo aceptado la decisión de su esposa, no escribe a su hijo una sola línea en cinco años. Entre tanto, el Hermano Miguel inicia su apostolado en las escuelas lasalianas de Quito. El joven profesor sobresale en la enseñanza de la lengua y literatura españolas y, ante la carencia de manuales y libros de texto apropiados, se decide a componerlos él mismo. El gobierno ecuatoriano no tardará en adoptarlos para todas las escuelas del país. Con el correr de los años el Hermano Miguel dará a la imprenta otras obras, sobre todo del campo de la lírica y de la filología, las cuales le abrirán las puertas de la Academia Nacional. Compondrá también catecismos para la infancia, siendo la catequesis el campo preferido de su actividad apostólica. De modo especial, reclamará y obtendrá siempre para sí el privilegio de preparar a los niños a la Primera Comunión, dedicándose a esta delicada labor hasta 1907, fecha de su viaje a Europa. Este asiduo contacto con los niños contribuirá a forjar una de las características más notables de su espiritualidad: la sencillez evangélica: «Sed sencillos como palomas». «Si no os hacéis como parvulitos no entraréis en el reino de los cielos». De esa sencillez será expresión su tierna devoción al Niño Jesús. Con la sencillez evangélica brillan también en él las virtudes propias de la vida religiosa: la pobreza, la pureza, la obediencia. Sobre todas ellas resplandece la caridad, que se nutre en la piedad eucarística y en la devoción a la Virgen. Una evidencia se impone pronto a sus contemporáneos: «El Hermano Miguel es un santo».
Su santidad irradiará también en el viejo continente. En 1904, como consecuencia, en Francia, de las leyes hostiles a las congregaciones religiosas, muchos Hermanos de La Salle, no pudiendo ejercer su apostolado en su propio país, deciden expatriarse. Numerosos son los que optan por España y los países de América latina. La necesidad de procurar a esos valerosos lasalianos el conocimiento indispensable de la lengua castellana, mueve a los Superiores a trasladar al Hermano Miguel a Europa para que pueda dedicarse a la composición de textos apropiados para un estudio acelerado de dicho idioma. Tras unos meses de estancia en París, el Hermano Miguel se traslada a la Casa Generalicia de los Hermanos en Lembecq-lez-Hal (Bélgica).
Enteramente dedicado a su nueva tarea, su virtud no deja de irradiarse en su nuevo ambiente. Pero el clima belga, tan diferente del de su propio país, no le favorece, y los Superiores juzgan conveniente trasladarlo a España, asignándole como residencia el Centro internacional lasaliano de Premiá de Mar, en la provincia de Barcelona. Los jóvenes formandos admiran la cultura y la sencillez del Hermano Miguel no menos que su gran amor de Dios.
En el mes de julio de 1909 ráfagas de viento revolucionario llegan hasta Premiá de Mar y poco después sobreviene la «Semana Trágica». Ante la frecuencia de actos de violencia anticlerical, los Superiores se ven precisados a trasladar a Barcelona a formandos y formadores hallándoles un refugio en el embarcadero del puerto y luego en el colegio N.S. de la «Bonanova». En esos momentos trágicos el Hermano Miguel se hace custodio de las formas consagradas de la capilla de Premiá.
Pasada la borrasca revolucionaria los Hermanos regresan a Premiá de Mar. Mas ahora es el Señor quien llama a Sí a su fiel siervo. A finales de enero de 1910 contrae una pulmonía que su débil organismo no llega a superar. Tras una agonía de tres días y confortado con los santos sacramentos, el Hermano Miguel entrega su alma a Dios el 9 de febrero de 1910. La noticia de su muerte es acogida con emoción y llanto. La República del Ecuador proclama un duelo nacional.
Hermanos y exalumnos del Hermano Miguel rivalizan en admiración y encomio por sus virtudes. Los favores atribuidos a su intercesión no tardan en multiplicarse. En 1923 se inicia en Quito y en Cuenca el proceso informativo en vistas a la beatificación. Sigue en 1924 el de Barcelona. En 1936, durante la revolución española, se lleva a cabo el traslado al suelo patrio de los restos mortales del siervo de Dios, que reciben una acogida triunfal. La tumba del Hermano Miguel se convierte en centro de continuas peregrinaciones.
Siguen obteniéndose gracias y favores celestiales por la intercesión del Hermano Miguel; pero el milagro que ha obrado la curación de Sor Clementina Flores Cordero pone en buen camino la causa del santo Hermano hacia la Beatificación.
Llevados a término todos los requisitos acostumbrados, el Papa Pablo VI, el 30 de octubre de 1977 procede a la Beatificación del Hermano Miguel y a la del Hermano belga, Hermano Mutien-Marie. La grande asistencia de peregrinos venidos de Bélgica, del Ecuador y de Italia, la acertada ceremonia y las palabras inspiradas de Pablo VI en la homilía y en el Angelus, han hecho inolvidable ese día para todos los afortunados participantes en la solemne celebración de la Piazza San Pietro.
El mismo día de la Beatificación, precisamente durante el desarrollo del sugestivo rito, se realizaba otro milagro: la Señora Beatriz Gómez de Núñez, afectada de incurable «miastenia gravis», se sintió completamente curada. Ya antes, con toda la familia, se había confiado a la intercesión del santo Hermano, y, como coronamiento de sus oraciones, había querido venir a Roma para la Beatificación.
Esta curación, reconocida como milagrosa, conlleva la reapertura de la causa, y, en el Consistorio del 25 de junio de 1984, el Pontífice Juan Pablo II fija para el 21 de octubre del mismo año la fecha de la Canonización.
Hoy, el Papa Juan Pablo II, poniendo entre los Santos a este religioso ecuatoriano, ofrece a la Iglesia entera y particularmente a la del Ecuador el modelo de un religioso culto, pero sencillo y humilde, de un catequista totalmente entregado a la obra de la evangelización, de un educador que ha ayudado a tantos jóvenes y niños a encontrar el sentido de su vida en Jesús y a vivir su fe como don y compromiso.