Decidí vender mi alma al diablo. El alma es lo más valioso que tiene el hombre, de modo que esperaba hacer un negocio colosal.
El diablo que se presentó a la cita me decepcionó. Las pezuñas de plástico, la cola arrancada y atada con una cuerda, el pellejo descolorido y como roído por las polillas, los cuernos pequeñitos, poco desarrollados.
¿Cuánto podía dar un desgraciado así por mi inapreciable alma?
-¿Seguro que es usted el diablo? –pregunté.
-Sí ¿por qué lo duda?
-Me esperaba al Príncipe de las Tinieblas y usted es, no sé, algo así como una chapuza.
-A tal alma, tal diablo –contestó-. Vayamos al negocio.