Obispo de Antioquia y discípulo de los apóstoles, quizá de San Juan. Son famosas sus cartas destinadas a diversas comunidades. Fue un buen pastor y fiel soldado de Cristo durante sus 40 años de obispo. Trajano mandó apresar a todos los que no adoraban a sus dioses. Ignacio fue llevado a Roma, a morir en los leones, pues negó a los dioses de Trajano.
Fue llevado en barco, durante un largo y duro viaje en el que escribió sus famosas siete cartas, dirigidas a las Iglesias de Asia Menor. Que las pruebas de este viaje a Roma fueron grandes, lo leemos en su carta a los Romanos (par. 5): «Incluso desde Siria a Roma luché con bestias salvajes, por tierra y mar, de noche y de día, estando atado entre diez leopardos, y hasta con una compañía de soldados, que sólo se volvían peores cuando eran tratados amablemente».
En varios lugares a lo largo de su itinerario sus correligionarios cristianos le saludaron con palabras de consuelo y de homenaje reverente. Con los que se adelantaron a ir a la capital antes que él, envió una carta a los cristianos de Roma diciéndoles: «Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo, por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús». ¡Admirable ejemplo!.
Fue arrojado a los leones en Roma en el año 107. San Ignacio dice en sus cartas que María Santísima fue siempre Virgen.
Él es el primero en llamar Católica, a la Iglesia de Cristo (Católica significa: universal). Se le suele mostrar con el corazón desgarrado por los leones en el que aparece grabado el nombre de Jesús. También se le representa con uno o dos leones y un arpa u otro instrumento musical pues la tradición le atribuye el mérito de haber introducido en Siria la música en el templo, después de escuchar un concierto angélico.