El 20 de agosto de 1862, Don Bosco después de las oraciones de la noche les dijo a los alumnos: “Quiero contarles un sueño que tuve hace algunas noches”.
Soñé que estaba en compañía de todos los jóvenes en Castelnuovo, en casa de mi hermano. Mientras todos hacían recreo, vino hacia mí un desconocido y me invitó a acompañarlo. Lo seguí y me condujo a un prado, cercano al patio y allí me mostró una serpiente de 7 a 8 metros de larga y de un grosor extraordinario. Horrorizado, al contemplarla, quise huir.
– No, no. – Me dijo mi acompañante – no huya. Venga conmigo, vea.
– ¿Y cómo quieres – le respondí – que yo me atreva a acercarme a esa bestia? – No tenga miedo. No le hará ningún mal. Venga conmigo.
– ¡Ah! – exclame – No soy tan imprudente como para exponerme al tal peligro.
– Entonces – dijo mi acompañante – espere aquí.
Y se fue enseguida en busca de un lazo o cuerda y con ella en la mano, volvió junto a mí y me dijo: – Agarre fuerte ese lazo o cuerda por un extremo y téngale buen seguro. Yo agarré por el otro extremo así le mantendremos en el aire sobre la serpiente.
– ¿Y después? – Después le dejaremos caer a modo de fuetazo sobre su espina dorsal.
– ¡Oh no, por favor. Ay de nosotros si lo hacemos. La serpiente saltará enfurecida y nos despedazará.
– No, no. Déjeme actuar – añadió el desconocido – yo sé bien lo que debo hacer.
– No, no, de ninguna manera. No quiero hacer una experiencia que me pueda costar la vida.
Y ya me disponía a huir. Pero él insistió de nuevo, asegurándome que no había nada que temer, que la serpiente no me haría ningún daño. Y tanto me insistió que me quedé donde estaba, dispuesto a hacer lo que me aconsejaba.
El personaje pasó al otro lado, levantó la cuerda o lazo y le dio un fuerte latigazo sobre el lomo del animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza hacia atrás para morder el objeto que la había herido, pero en lugar de clavar los dientes en la cuerda, quedó enlazada en ella como por un nudo corredizo. Entonces el desconocido me gritó: – Tenga fuertemente la cuerda, téngala fuertemente para que no se le vaya de las manos.
Y corrió a un árbol de peras que había allí cerca y amarró a su tronco el extremo de la cuerda que tenía en la mano. Corrió después hacia mí, tomó la otra punta del lazo y fue a amarrarla a la reja de una ventana de la casa.
Entretanto la serpiente se agitaba, movía furiosamente los anillos, y daba tales golpes con la cabeza y los anillos en el suelo, que sus carnes se rompían, saltando a pedazos a gran distancia. Así continuó mientras tuvo vida, y una vez que hubo muerto, no quedó de ella más que el esqueleto descarnado.
Entonces aquel mismo hombre desató la cuerda del árbol y de la ventana, la recogió, formó con ella un ovillo y me dijo: – Ponga mucha atención.
Metió la cuerda en una caja, la cerró y después de unos momentos volvió a abrir la caja. Los jóvenes habían venido a reunirse junto a mí. Miramos al interior de la caja y quedamos maravillados. La cuerda estaba dispuesta de tal manera que formaba un letrero: “AVE MARÍA (Dios te salve María).
– ¿Pero cómo es posible? – le dije al desconocido – tú metiste la cuerda a la caja a la buena, sin ningún orden, y ahora aparece doblada formando esas letras? – Mira – dijo él – la serpiente representa el demonio, y la cuerda el Ave María, o sea el Rosario que es una serie de “Dios te salve María”, con las cuales se puede derribar, vencer y destruir todos los ataques de los enemigos del alma.
Y Don Bosco termino diciendo: – Recordemos siempre lo que dijo aquel personaje respecto del Dios te salve María y del Rosario. Recemos devotamente esta bella oración ante cualquier asalto de las tentaciones, con la seguridad de que saldremos victoriosos.
Explicación: El árbol de peras es el mismo en el cual San Juan Bosco cuando era niño amarraba una cuerda para dar funciones de acrobacia a los campesinos y así poder enseñarles luego el catecismo.
Don Bosco fue siempre un entusiasta del Rosario. En sus casas se rezaban todos los días, y él insistía en que con el rezo del Santo Rosario se logra alejar y vencer los enemigos del alma y conseguir maravillosos favores del Cielo.
En los últimos años de su vida, cuando ya casi no podía salir por la noche de su habitación y la luz le hacia mucho daño a los ojos, varios de sus amigos se iban a la habitación del Santo cada noche a rezar con él el Santo Rosario, en plena oscuridad. Y dicen los testigos que a medida que iba rezando las Avemarías del Rosario el rostro del Santo se iba llenando de resplandores y que estas luces que salían de su frente eran tan relucientes que se podía leer un libro con la iluminación de ellas solas.