Los primitivos Indios de las Américas, contemplaron por primera vez unos enormes veleros que se acercaban a sus tierras ancestrales.
Mayor fue su sopresa cuando vieron bajar unos señores «barbudos» y a caballo.
Podrían haber dicho algo así como «ahorita nos descubrieron».
Eran los españoles aguerridos, fieros, llenos de intereses, entre otros la codicia.
Tan pronto como llegaron a tierra firme, plantaron la bandera y la Cruz y celebraron una Misa solemne.
El grupo se asentó en un poblado provisional con balizas de madera.
Sabían que si se quedaban allí serían objetivo fácil, con lo que salieron a conquistar en distintas direcciones. Así nacieron los primeros enclaves.
Entre los jefes de los conquistadores había dos tipos diferentes: los aventureros que se movían por codicia, con espíritu de guerrero solitario. Estos, a medida que se terminaban las provisiones, sin capacidad para rehacerse ni reforzarse, eran diezmados por los indígenas. Al adentrarse en la selva, ellos sucumbían a las enfermedades, tanto de fiebres como venéreas (las bubas, por ejemplo). En poco tiempo esas bolsas de españoles desaparecían.
El segundo grupo era el de los que llevaban la Corona Española metidas en sus corazones. Tenían muchos defectos, pero apreciaban el espíritu de cuerpo y se tomaban en serio su misión.
Entre la tropa, el mayor peligro era el de sedición: que se tomaran las naves y se volvieran.
Por que la vida sin provisiones «de casa», con ropa rota y botas despuntadas, sin medicinas no era fácil.
Por eso la petición que hacían con más intensidad era que llegara un barco desde España, con provisiones y tropas de refuerzo. Pero ello se enviaba en proporción directa a las riquezas que ofertaran. Y, como a más riquezas más empeño en guardarlas y protegerlas, era mayor la codicia despertada por la esperanza de riquezas que por las riquezas que se enviaban. Total que había cierto mercado negro de fantasiosas riquezas y la Corona no enviaba a gente.
Hernán Cortés, primero quemó secretamente las naves que les habían traído hasta allí, para evitar la tentación de volverse a casa.
Cuando por fin apareció el barco enviado por la Corona los maltrechos españoles se llenaron de gozo. Pero inmediatamente se desilusionaron: la orden era que volvieran.
También se ve que Pizarro tenía una visión de hazaña, de conquista: llevaba a la Corona en su corazón como se comprueba en EL EPISODIO DE LOS TRECE DE LA FAMA en la Isla del Gallo ocurrió un hecho insólito y recordado.
Y es que trece hombres con espíritu aventurero, con capacidad asombrosa de sacrificio fueron suficientes para conquistar el temido y vastísimo Imperio Inca.
¿La diferencia entre unos y otros? El sentido de misión: la corona que llevaban dentro de su corazón.
EL VALOR DE SER MIEMBRO ACTIVO DE LA IGLESIA
Hay dos tipos de creyentes
los que como guerrilleros individuales se cocinan una religión a la carta. No duran mucho, su fe no es fuerte por los vaivenes de la vida. No es raro que desaparezcan…
Los que forman parte de una religión organizada: sobre todo aquellos que atesoran su conexión con Dios: su unión personal con su creador. Para ellos los mandamientos son los bordes del camino. Los sacramentos son sus instrumentos de defensa y de transporte. Y su corona es saberse en conexión con Dios y con el resto del pueblo cristiano.
En cuanto a la muerte de Moctezuma:
Según parece, Hernán Cortés no asesinó personalmente al rey azteca Moctezuma; sino que fueron sus propios súbditos quienes, cuando Moctezuma intentaba mediar ante su sublevación, le alcanzaron con varias pedradas y flechazos que le causaron la muerte. Pese a eso los aztecas culparon de ello a Hernán Cortés y a los españoles, lo que hizo que arreciaran en su levantamiento provocando lo que los historiadores han llamado la “Noche Triste”, y consiguieran, de forma momentánea expulsar a los españoles y a Cortés de Tenochtitlán.