NADA ES CASUALIDAD
Hace unos días, la empresa para la que trabajo llevó a cabo un evento de Ventas para el que se requirió la participación de todos los departamentos, incluyendo los administrativos. Así pues, se distribuyeron las actividades a realizar y a mí me llegó mi listado.
Y tal como en otros eventos anteriores una de mis actividades fue la de encargarme de organizar y supervisar el desempeño de los encargados de la vigilancia y seguridad del evento.
Así las cosas, durante dos semanas estuve a cargo del personal de vigilancia de la empresa y de dos elementos de seguridad que se contrataron con una agencia externa.
De tal forma, que cada cinco días debía pagar la factura por el servicio de esos dos elementos de seguridad externa, pero debía ser en efectivo ya que así se me había indicado.
Cierto día, en que tocaba pagar la factura por aquel servicio de vigilancia externa, precavido como siempre, pero distraído para variar, durante el día me preparé y tramité en las oficinas el cheque para pagar y me dije: » Ya tengo el cheque, todo es cuestión de ir a alguna de las cajas instaladas en el evento, lo cambió y listo para pagar».
Pero distraído como dije, me dedique a otras actividades y olvidé por completo cambiar aquel cheque.
Continúa…
Y fue sólo hasta unos cuantos minutos antes de las 10:00 PM, hora en que tendría que pagar, que recordé que no tenía el dinero en efectivo que necesitaría. Y rápidamente me dirigí a las cajas, sólo para observar que la cajera en jefe, ponía el último depósito del día en una caja fuerte que ya nadie de los presentes podría abrir.
Me detuve en seco, ya no habría manera de cambiar aquel cheque. Y me puse a pensar: ¿cómo solucionar esto?, ¿quién me podrá ayudar?.
Pensé y pensé mientras el tiempo transcurría. Providencialmente se me ocurrió ir tan rápido como fuera posible al cajero automático de algún banco y utilizar mi tarjeta personal para obtener el efectivo.
Ya con calma, al día siguiente cambiaría el cheque y lo repondría a mi tarjeta.
Pero había un problema, el cierre del evento estaba por llegar, el tiempo estaba encima, tendría que correr.
Así que fui al estacionamiento, subí a mi auto y conduje tan deprisa como pude. Y mientras avanzaba calculaba, tantos minutos para llegar, tantos minutos en el cajero, otros tantos para regresar, me estaciono, me disculpo y pago.
Pero ¿y el tiempo que voy a hacer esperar a esas personas? ¿y el tiempo que voy a perder yo por no haber puesto atención al reloj?, cuando llegue a la casa los niños ya van a estar dormidos, ¿y mi esposa?, ¿querrá darme cena tan tarde?. Y conforme conducía empecé a reprocharme duramente y me decía: «No es la primera vez, ¿cuándo vas a aprender?.»
Y así pasé rápidamente de la preocupación a la auto recriminación, misma que no tardó en convertirse un coraje que me puso de muy mal humor. Y así sufrí los 25 o 30 minutos que transcurrieron antes de que lograra regresar a cumplir mi compromiso.
Al volver al lugar del evento, no fue sorpresa para mi entrar al enorme estacionamiento y encontrarlo prácticamente vacio, todos se había ido ya, tan sólo se veían los autos de algunos gerentes, uno que otro auto desconocido y el auto de los dos agentes de seguridad externa quienes seguramente habrían ya preguntado a todos por mí. Pero, ¿ y aquel otro auto?, ese no estaba cuando yo me fui.
Efectivamente, allá, en la parte posterior del edificio, por las puertas de carga y descarga pude ver estacionada una ambulancia, con sus espeluznantes luces de colores encendidas y a dos socorristas bajando una camilla por las puertas traseras.
Apresurando la velocidad me estacioné y corrí hacia el edificio para ver que sucedía. Entré por una de las grandes puertas de carga y ahí, a unos cuantos metros pude ver las piernas, una sobre la otra, de un hombre mayor que estaba tendido sobre el piso; y a su lado, de rodillas, a uno de los agentes externos de los que me estaban esperando para pagarles.
Este agente como dije, se encontraba de rodillas al lado de aquella persona, desabrochaba su camisa, al tiempo que le tomaba el pulso y de vez en vez le hacía preguntas acercándose lo más posible al rostro de aquel hombre que lo miraba con ojos desorbitados, evidentemente angustiado.
De pie, a un lado, estaba el compañero de aquel agente, sostenía en alto un frasco de suero cuya sonda estaba ya conectada al brazo de aquel hombre que yacía sobre el suelo. A un lado los elementos de la ambulancia, al ver la situación controlada, preparaban todo para el traslado de aquella persona.
Unos momentos después, subieron a aquel hombre a la ambulancia y lo llevaron al hospital más cercano. Mientras todo esto ocurría yo observaba a los presentes, quienes con ojos preocupados contemplaban la escena a una distancia prudente.
Finalmente la ambulancia se fue y me dirigí hacía el lugar donde se encontraba la documentación que necesitaba para hacer el pago ya mencionado, luego me dirigí hacía donde estaban los agentes de seguridad quienes para entonces habían ya recogido el equipo de resucitación que habían utilizado.
Evidentemente hablamos de aquel incidente:
«Por poco entra en paro – me comentó el agente que yo había visto de rodillas junto a aquel hombre-. Ya se estaba poniendo frío y nada más se ponen pegajosos y después ya es muy difícil, por suerte traía mi equipo y lo pudimos atender, incluso traigo para electroshock, pero ya llegando a eso, es muy difícil».
«Que bueno que no llegó a eso –le contesté-.
«No –dijo el agente- ya con el suero que le puse se estabilizó y ya no va a haber ningún problema.»
Luego le dije que había sido muy bueno que él estuviera ahí y que supiera estas técnicas médicas. Le pregunté si su empresa lo había capacitado, pero me contestó que no, que él se había pagado los cursos y se había comprado el equipo por iniciativa propia, más que nada pensando en su familia.
Y así, entre felicitándolo por su salvamento, firmando documentos, entregando el efectivo y con el retraso disculpado, y no sin antes, hacerle la promesa de al día siguiente reponerle los suplementos utilizados, nos despedimos y pudimos retirarnos a nuestras casas.
Momentos más tarde, ahí iba yo, conduciendo por las calles vacías, con hambre, pensando en aquel hombre enfermo y aún con el coraje por aquel olvido que provocaría que cenara tan sólo unas galletas con jugo de manzana.
Mientras conducía, me recriminaba en mi mente: «Si hubieras cambiado ese cheque a tiempo, a las 10:00 en punto hubieras pagado a los agentes y tú y ellos ya estarían cenado o durmiendo».
Y fue hasta ese momento que comprendí las implicaciones de lo sucedido. Si yo hubiera pagado a tiempo, el agente se hubiera retirado y estando él o no, aquel otro hombre hubiera tenido el problema con su corazón.
Y me pregunté: «¿Qué hubieras hecho?, ¿quién más traía en su auto un frasco con suero y una sonda para ponerlo en el brazo de aquel hombre? Y más aún, ¿quién de las pocas personas que estaban ahí hubiera podido atenderlo?, ¿hubiera llegado a tiempo la ambulancia?
Y me di cuenta de mi egoísmo y de mi poca paciencia.
Yo me había molestado, pateado el piso y golpeado varias veces el volante del auto mientras corría por el efectivo, sin saber que Dios tenía otro plan. Dios no me necesitaba a mí pagándole a aquellas personas a tiempo. Pensé que me entretuvo a mí, aún sabiendo que haría un berrinche infantil, mientras El ponía los medios para que aquel agente sacara adelante a otro de sus hijos. En un instante mi actitud cambió, en ese momento pude ver la mano de Dios en aquel incidente.
Todo el día estuvo en mis manos el que aquellos agentes se fueran a casa un poco más temprano, pero por mi olvido estuvieron ahí para salvar aquella vida.
Pude ver una vez más, como los planes de Dios son mucho más inteligentes que los míos. El resto del camino ya no renegué, ya no me preocupó la cena.
Después de todo, algo bueno había surgido, para mi gran sorpresa…