Los mejores instrumentos -humanos, gráficos, o cualesquiera- son aquellos con los que podemos contar en realidad. Hay que arreglárselas con lo que se tiene, Conocer bien a las personas con las que puede o debe contar, y acomodarse a los efectivos reales, no los ideales. Esta es la esencia de esta alegoría o cuento que ofrecemos a continuación…
Con estos bueyes hay que arar
Pedro, hijo de Pedro el vaquero, venía de la fiesta del valle. Había durado toda la semana. Por fin sus ojos habían visto la realidad. Aquello sí que eran vacas. Y bueyes. ¡Qué bueyes! Fuertes, con dientes, jóvenes… Había vaqueros que incluso tenían dos parejas para poder intercambiarlos cuando se cansaran de trabajar… Su padre le iba a oír… Su padre no sabía nada. No había salido de la granja. Había estado arando diez años con la misma yunta de bueyes y había permitido que uno enfermara, y quedara bizco, que otro quedara enclenque, que perdieran los dientes y se hicieran mayores… vamos que en comparación con aquellos bueyes que había visto en la fiesta del valle los suyos eran un hazme-llorar.
Se encaró con su padre.
– Papá -de dijo enfadadísimo- tenemos los peores bueyes del valle. No podemos hacer faena con ellos.
– Pero son los únicos que tenemos para hacer la labor. Son los mejores que tenemos y tenemos que cultivar con ellos.
– Son lo peor, tenemos que conseguir otros.
– No hay; -replicó el padre- además somos pobres y no tenemos dinero. Debemos contentarnos con lo que tenemos. Como les conocemos tanto utilizamos sus pocas fortalezas al máximo.
– No me entiendes y no sabes nada del valle. Eres un viejo cabezón.
– Hijo mío: con estos bueyes hay que arar.
Se encaró con su padre.
– Papá -de dijo enfadadísimo- tenemos los peores bueyes del valle. No podemos hacer faena con ellos.
– Pero son los únicos que tenemos para hacer la labor. Son los mejores que tenemos y tenemos que cultivar con ellos.
– Son lo peor, tenemos que conseguir otros.
– No hay; -replicó el padre- además somos pobres y no tenemos dinero. Debemos contentarnos con lo que tenemos. Como les conocemos tanto utilizamos sus pocas fortalezas al máximo.
– No me entiendes y no sabes nada del valle. Eres un viejo cabezón.
– Hijo mío: con estos bueyes hay que arar.
(Otra forma de decirlo: no hay más cera que la que arde)