Varias adolescentes habían ido a pasar la noche en casa de una amiga, aprovechando que sus padres estaban de viaje. Cuando apagaron las luces se pusieron a hablar de un viejo al que acababan de enterrar en un cementerio cercano. Se decía que lo habían enterrado vivo y que se le podía escuchar arañando el ataúd, intentando salir.
Una de las chicas se burló de aquella idea, así que las otras la desafiaron a que se levantara y fuera a visitar la tumba. Como prueba de que había ido, tenía que clavar una estaca de madera sobre la tierra de la tumba. La chica se fue y sus amigas apagaron la luz otra vez y esperaron a que volviera.
Pero pasó una hora, y otra más, sin que tuvieran noticias de su amiga. Se quedaron en la cama despiertas, cada vez más aterradas. Llegó la mañana y la chica no había aparecido. Aquel mismo día, los padres de la chica regresaron a casa y, junto al resto de padres, acudieron al cementerio. Encontraron a la chica tirada sobre la tumba… Muerta. Al agacharse para clavar la estaca en el suelo, había pillado también el bajo de su falda. Cuando intentó levantarse y no pudo, creyó que el viejo muerto la había agarrado. Murió del susto en el acto.