Contaba Juan Pablo I en una catequesis, durante su corto pontificado, lo que le sucedió a un hombre de prestigio, profesor de la Universidad de Bolonia. Una tarde le llamó el ministro de Educación, y después de hablar con él, le invitó a quedarse un día más en Roma. El profesor le contestó: “no puedo, tengo mañana clase en la Universidad, y los alumnos me esperan”. El ministro le contestó: “Le dispenso yo”. Y el profesor: Usted puede dispensarme, pero yo no me dispenso”.
(Juan Pablo I, Ángelus 17-IX-78)