Era pastor de un pueblo del oeste americano el reverendo Jones, que por su mal carácter no era muy apreciado por sus feligreses. Un mal día enfermó, y, como en una pequeña localidad el pastor es siempre un personaje importante, se fijó en la puerta de la iglesia un aparte que decía:
«Nueve noche. El pastor está grave.»
Una hora después:
«Diez noche. El pastor Jones ha entrado en la agonía.»
Dos horas después:
«Doce noche. El pastor Jones ha subido al cielo.»
Cuál no sería la sorpresa de todos cuando a la mañana siguiente leyeron un parte redactado, sin duda, por un bromista, concebido en estos términos:
«Cielo -siete de la mañana-, reina consternación general. El pastor Jones no ha llegado.»