En el Reino de los Cielos, dice el Señor, ocurre a veces como le pasó a aquel hombre que, llegado el otoño y viendo que los árboles perdían sus hojas y que en su jardín ya no había flores, se desesperó y lloró amargamente.
La muerte era el único inquilino de la naturaleza según él, y la muerte se apoderó de su interior.
¡Pobre hombre!
En su pesimismo no supo ver que bajo las hojas muertas de su jardín crecían sabrosas setas y no quiso reconocer que la apariencia helada del invierno no era más que fecundidad silenciosa que engendraría una nueva primavera.
PEDRO JOSÉ YNARAJA
Meditación en la llegada del otoño
Han caído ya las hojas de los árboles y se acerca la noche, se aproxima el invierno…
En medio del silencio, fermentaciones misteriosas se produ cen en el seno de la tierra. ¿Agoniza el sol?
Siembra, germinación, nuevos brotes.
Son las propias imágenes de la naturaleza las que nos explican con palabras mudas el significado de la fiesta de los muertos el primer día de noviembre.
Siempre surge la vida tras la aparente muerte, y en verdad la fiesta de los muertos es un culto a la vida que retorna, a la fecundidad.
Porque el difunto, acogido por la tierra, ¿no espera acaso, como el resto de la naturaleza en esta época del año, la llegada del Nuevo Sol que vencerá a la noche?
¿No es el hombre una semilla?
¿Y cuál es el sentido de las semillas, sino renacer más allá de la oscuridad? ‑