Con el favor, la paga.
Me voy a París. ¿Quieres algo para allá?. Eso preguntaba un buen señor, bastante negligente y descuidado en su vida religiosa, a una mujer amiga suya.
– Pues si –dice ésta -. Me gustaría que le dieses un saludo a una señora a quien quiero mucho.
– Con mucho gusto.
– Pues vete a la catedral y rézale a Nuestra Señora una avemaría por mí.
Al volver de París, fue a visitar a aquella mujer amiga y le dijo:
– He cumplido tu encomienda: recé primero una avemaría por ti y luego otra por mí. Pero tu recado me impresionó tanto que no me quedé tranquilo hasta que me confesé.
Muchas gracias por tu encargo.
– Pues si –dice ésta -. Me gustaría que le dieses un saludo a una señora a quien quiero mucho.
– Con mucho gusto.
– Pues vete a la catedral y rézale a Nuestra Señora una avemaría por mí.
Al volver de París, fue a visitar a aquella mujer amiga y le dijo:
– He cumplido tu encomienda: recé primero una avemaría por ti y luego otra por mí. Pero tu recado me impresionó tanto que no me quedé tranquilo hasta que me confesé.
Muchas gracias por tu encargo.
La anécdota continúa con una reflexión…
Poner a un amigo a rezar a los pies de la Virgen, es hacerle un favor de alcance incalculable. Ese puede ser el medio del que Dios se sirve para cambiar su vida. ¡Cuánta gente ha vuelto a Dios por ese camino! El encuentro con María nunca nos deja en el mismo sitio: nos eleva y
nos mejora.
Agustín Filgueiras