En cierta ocasión, estaba una persona dando vueltas a como acercarse a los que le rodeaban, ya que le costaba quererlos como eran, pues…, se quedaba en sus defectos, y esto le hacía que le costara su relación con los demás. Pensando sobre esta idea, se puso a rezar delante del Sagrario pidiendo con intensidad que el Señor le enseñara a amar a los demás.
Al poco tiempo, sin haber recibido una respuesta clara del Señor a su petición, se encontraba paseando y vio a un hombre…
En cierta ocasión, estaba una persona dando vueltas a como acercarse a los que le rodeaban, ya que le costaba quererlos como eran, pues…, se quedaba en sus defectos, y esto le hacía que le costara su relación con los demás. Pensando sobre esta idea, se puso a rezar delante del Sagrario pidiendo con intensidad que el Señor le enseñara a amar a los demás.
Al poco tiempo, sin haber recibido una respuesta clara del Señor a su petición, se encontraba paseando y vio a un hombre parado delante de un montón de piedras, cuando pasó delante de él, este le preguntó:
– “¿Qué ve Ud. amigo mío?”.
– “Un grupo de piedras” – respondió él.
– Y… ¿qué aprecia en ellas?
– “Veo que hay unas muy bonitas que hay que cuidar, otras que hay que limpiar y otras que yo tiraría”;
Y el hombre le respondió:
– “Muy buena apreciación particular de lo que tengo, venga mañana y le enseñaré lo que yo veo”.
Al día siguiente regresa el individuo y se encuentra un hermoso mural de Cristo resucitado realizado con todas las piedras que él había clasificado según su parecer y el hombre que realizó el mural le dijo:
– “Yo veía este gran mural y entraba en una profunda reflexión de cuáles eran las piedras que usaría y decidí iniciarlo sin sacar ninguna y cuando lo terminé, me di cuenta que necesitaba cada una de ellas y que ahora, si quito alguna de las piedras, el mural estaría incompleto”.
“Esto me hizo entender dos cosas: Una, que el valor particular de cada una de ellas según mi parecer, no es el mismo valor que le da Dios a ellas; y en segundo lugar, si yo fuera una de estas piedras que forman el cuerpo de Cristo, para que yo me vea bien en este mural, sólo tendría que quedarme en el sitio que me corresponde, porque de lo contrario, no sería la figura exacta de lo que el autor quiere darle”.
Después de este encuentro con este personaje, nuestro amigo comprendió la enseñanza que le mostraba a través de este encuentro fortuito: “Cada uno tenemos un valor delante de Dios, y con nuestras particularidades, el construye una gran obra”