La motivación es el impulso inicial, esa chispa que enciende la decisión de emprender algo nuevo. Es la energía que nos lleva a dar el primer paso, a iniciar un proyecto o cambiar un hábito. Sin embargo, la motivación es volátil, puede fluctuar según nuestro estado de ánimo, las circunstancias o los resultados inmediatos. Aquí es donde entra en juego el hábito.

El hábito, a diferencia de la motivación, es la fuerza constante que nos mantiene en el camino. Es el resultado de la repetición y la disciplina, de crear rutinas que, con el tiempo, automatizan las acciones. Cuando el hábito se establece, ya no necesitamos depender de la motivación diaria para seguir adelante. Nos mantenemos en movimiento casi sin esfuerzo consciente, porque hemos creado un sistema que nos guía incluso en momentos de falta de motivación.