EL OBISPO Y LA COCINERA
Ofrecimiento del trabajo
Cuando el joven multimillonario -Guillermo Ketteler- se divertía en un baile, consciente de que su forma de recrearse no era lo más agradable a Dios, le pareció ver el rostro sublime de una religiosa que rezaba por él y le miraba fijamente al alma, y aunque al comienzo en todo lo relativo a la piedad, aquella contemplación inmediata y directa sin percepción sensible, terminó por turbarle la vida mundana que llevaba el joven de 18 años.
Continúa la sorprendente historia…
A partir de esa fecha, Guillermo quedó muy impresionado y ya no encontraba diversión en ninguna parte. Convencido de que Dios se había fijado en él, ingresó en el seminario, fue consagrado sacerdote, y 22 años después obispo de Maguncia (Alemania). En uno de sus viajes pastorales, se dispuso para celebrar misa en un convento de religiosas. Cuando distribuía la Sagrada comunión, al llegar la última religiosa, siente una emoción tan intensa, que ha de hacer un esfuerzo para mantener la serenidad y concluir el acto litúrgico.
Después de servirle el desayuno la Madre Superiora,monseñor Guillermo Ketteler le dice a la superiora que le gustaría saludar a todas las monjas y bendecirlas antes de marchar. Rápidamente sonó la campanita de la Comunidad; las religiosas salieron al refectorio y monseñor Guillermo las va saludando a todas y observando las facciones de cada una. Entretanto, el prelado iba diciendo en su interior: «no es ésta…, no es ésta».
Cuando pasaron todas las religiosas, monseñor Guillermo le preguntó a la Superiora: «¿No queda alguna otra religiosa en casa?». Sí, señor Obispo; queda la hermana cocinera. Es muy abnegada en su trabajo y tiene permiso para no tomar parte en estas reuniones. Pues hoy me gustaría saludarlas a todas -le dice el prelado-.
– La llamaré en seguida, Monseñor.
Tan pronto como llegó la hermana cocinera,monseñor Ketteler, dijo en su interior: esta es la que he visto en el baile, y mostrándose muy sereno le preguntó:
– «¿Reza mucho por la Iglesia, por las misiones, por la conversión de los pecadores?».
– ¡Oh, no, señor Obispo!. Tengo poco tiempo. Rezo como todas las demás. Lo que sí procuro es ofrecer la primera hora del trabajo por el Papa, y al final del día ofrezco todas las oraciones y trabajos por los muchachos para que Dios les conceda vocación sacerdotal y escuchen Su llamada con generosidad.
El señor Obispo, queriendo dejarle íntegro el mérito de sus oraciones y ofrecimientos en pura fe, no le dijo nada a la santa hermana cocinera.
Pero le explicó la historia completa a la Madre Superiora implorándole el más absoluto secreto hasta que Dios le llamara a la otra vida, y al llegar la noticia de su muerte a la Superiora, todo fue descubierto y publicado en L’Osservatore Romano.
Publicado en «LA VOZ DE ASTURIAS» 18-Diciembre-1996