Dame Dios mío un corazón de carne, pedía el Rey David. Justo lo que falta a los descreídos…
No cree en Dios
Rascólnikov, el joven protagonista de «Crimen y castigo», tras varios días sin apenas comer ni dormir, entra en una taberna y pide un vaso de aguardiente y una empanada. Al salir, pasea por unos jardines de la ciudad. El calor del día de verano, junto al efecto del alcohol, hacen que sienta sueño. Se tumba en la hierba y queda profundamente dormido. Tiene entonces un sueño en el que recuerda como siendo niño acompañaba a su padre de la mano, y al pasar por una ruidosa calle observó una escena que se le quedó hondamente grabada.
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Un hombre bebido, junto a otros compañeros, maltrataba a un pequeño caballo viejo y flaco que apenas podía mover el gran carromato al que estaba uncido, pues llevaba una carga desproporcionada para sus fuerzas. El hombre, de grueso cuello y rostro carnoso color zanahoria, invitaba a sus amigos a que se subieran al carromato, con lo que hacía aún más difícil moverlo. Mientras, insistía a gritos en que haría galopar a ese caballo, mientras lo golpeaba una y otra vez, primero con un látigo, después con un palo y por último con una barra metálica. El pobre animal, que hacía angustiosos intentos para mover el carro, acabó lleno de heridas y totalmente rendido. Fue entonces, ante el espectáculo de tanta crueldad, cuando un anciano que contemplaba la escena comentó: «En verdad, este hombre no cree en Dios».