Cuentan del genial pintor flamenco Rembrandt (1607-1669) que al terminar un retrato encargado por un hombre rico, el cliente le espetó:
Pintáis muy bien; pero no acertais el parecido
El pintor le dijo que no tenía por que quedarse con el cuadro si no le gustaba, que ya buscaría un cliente para él. El retratado le dijo que intentara mejorar el parecido, y que se quedaría con él. Rembrandt accedió y citó a aquel hombre en su estudio. Antes de que llegara el ricachón para posar, Rembrandt pintó en el suelo de su taller una moneda de oro, tan perfecta, que cuando llegó el señor se agachó para recogerla. Esto sirvió de argumento al maestro holandés para demostrar que sí acertaba en los parecidos, y consiguió que su cliente protestón se llevara el cuadro tal y como lo había pintado en un principio.